Dedicación y entrega vocacional se han entreverado cotidianamente en la vida de Gloria Carrasco, para lograr la excelente factura de sus piezas en cerámica de alta temperatura con engobes, óxidos y esmaltes y, en algunas de sus creaciones, con la integración de elementos de metal, madera o acrílico.
Con educado buen gusto pictórico, su obra presenta de este modo ejemplares o conjuntos artísticos de una escueta y sencilla policromía, con acusada tendencia tonal e innegable belleza plástica y visual.
Su brillante labor como escultora ceramista se encuentra íntimamente relacionada con su profesión como arquitecta y, más específicamente, con su maestría en urbanismo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Al respecto, preocupación central de la urbanista Gloria Carrasco es la indolencia constructiva que aposenta sus reales en el acelerado y caótico crecimiento que vivimos en la actualidad citadina, pues como bien dice, esto “deriva en el colapso de la planificación y se traduce en el tránsito de una modernidad sólida y estable a una situación de circunstancias siempre cambiantes (...) donde la renuncia a la utopía y las soluciones provisionales le confieren (a la ciudad contemporánea) una identidad permanente (...) siempre en condiciones de incertidumbre ante un mundo imprevisible.”
La pertinencia de sus reflexiones urbanísticas se corrobora también en otro aserto: “La función histórica de las ciudades como refugio contra los peligros se ha invertido al convertirse en su propia fuente”.
Estas citas del pensamiento de la artista plástica y arquitecta vienen a cuento por la temática urbana de su exposición Ciudades frágiles, donde basada en “la casa como ícono y célula de la ciudad”, propone “formas e imágenes recuperadas del entorno urbano”, la cual está conformada por “relieves, esculturas e instalaciones”.
Nimbadas por la gracia y el encanto y presididas por una atinada abstracción formal que sintetiza su configuración, las representaciones escultóricas de estas edificaciones solitarias o en conjuntos participan también de un sentido del humor libérrimo, propio de una imaginación inquieta y ágil como la de Gloria Carrasco.
Así, por ejemplo, en Condominios,la veleidosa torre de módulos superpuestos y encimados, imagen de las idénticas casas habitación de tales agrupamientos constructivos, ilustra con suficiencia el apiñamiento y monotonía de los apartamentos clonados ad nauseam y la uniformidad visual que lucen dichas viviendas contemporáneas.
Aunque las estructuras verticales son mayoritarias, las hay también horizontales y otras son cual planos de ciudades en que se ubican formas icónicas de fachadas que representan casas con idénticas ventanas en variada ubicación sobre las mismas, con algo del espíritu de la pintura naive en su resolución.
Un par de rascacielos bicolores, en negro (los pisos y la antena cimera) y blanco (la estructura), como muchas de las obras de esta exposición denotan un carácter lúdico y hasta caricatural, como en este caso en que rememora las formas de la Torre Latinoamericana, que fuera orgullo de modernidad, si bien algo provinciana, el siglo pasado cuando el imaginario colectivo anhelaba habitar, aunque fuese nada más en algunas calles céntricas, en una ciudad del primer mundo.
Gloria Carrasco, que por algo ha estudiado museología y curaduría, propone un montaje como secuencia narrativa “que nos refiera un recorrido a través de las distintas áreas urbanas, ubicadas simbólicamente en diferentes salas del museo para enfatizar sus contrastes y diferencias.”
Aplaudimos de su obra no sólo la coherencia teórica que la sustenta y sus inherentes cualidades estéticas, sino también la versatilidad de que hace gala, fruto evidente del dominio magistral de diversas técnicas y procedimientos de una consumada ceramista.