Un caso emblemático, en lo que atañe al empleo de un material escultórico tradicional como es el barro, lo constituye Gloria Carrasco que entreteje con su prolífera producción una de las poéticas más comprometidas con la escultura en cerámica. Carrasco reedita en sus instalaciones y objetos el proceso de manipulación del barro como material sígnico.
Esta artista instrumenta en su obra la figura del metlapil como “un objeto arraigado en nuestra identidad cultural, con un profundo significado simbólico y testimonial; ícono de condiciones de género, geográficas, económicas, laborales y sociales.” Así permite mostrar el metlapil en su forma elemental, “sus cualidades plásticas de gran potencial expresivo como soporte para desarrollar un proceso creativo a través de interpretar, intervenir, revestir, alterar, trastocar, incorporar diversos elementos para descontextualizarlo como objeto y así resignificarlo como generador de ideas.” Para elaborar esta serie intitulada Prófugos del metate, Carrasco asume un acto de resistencia a favor de la defensa de la identidad.
Prófugos del metate es una instalación escultórica, una suerte de escultura-objeto modelada en barro que aporta una mirada intimista, frecuentemente matizada por el comentario crítico de su entorno social.
Carrasco emplea “lo objetual” a través del material y de la técnica cerámica; presenta las ilimitadas ambivalencias semánticas y morfológicas de sus esculturas-objetos realizadas en barro; al tiempo que se conecta con la tradición de la cerámica en México, permite así ampliar los resortes comunicativos de lo tradicional con lo contemporáneo. Este peculiar “uso” del metlapil la asocia con las estrategias de utilización del acervo prehispánico reivindicadas como una expresión estética de gran representatividad en nuestro entorno.
Los recursos plásticos y criterios de montaje están puestos en función de resaltar esta mixtura entre formas antiguas y contenidos actuales. Sus obras constituyen imágenes intervenidas por un conjunto de connotaciones en franca confrontación con la forma que encarnan. En los marcos híbridos de la instalación, su escultura propicia el desplazamiento hacia las prácticas instalativas, el quehacer escultórico multiplica así sus potencialidades expresivas con la recuperación de las prácticas artesanales, y con la asimilación de las practicas contemporáneas, en función de una propuesta signada por la vocación identitaria. Aquí la identidad es un noción que cobra una connotación simbólica de alcance polisémico.
En sus obras el empleo de la forma “objeto” del metlapil está distanciada del "ready made duchampniano”. No se trata en esencia, de apropiarse y recolocar el objeto en un ámbito que subvierta su destino "común", inyectándole nuevas potencialidades semánticas; se trata de utilizar el objeto en su condición de referente y sobre todo, en su condición de significante cultural, cuya conexión sanguínea con la identidad no admite las distancias de una interpretación netamente cultural y esteticista. Este ejercicio “parte de un objeto reconocible y aprovecha sus características asociativas y narrativas para provocar la reflexión y promover el diálogo mediante referencias que sugieren, convocan y provocan la posibilidad de múltiples lecturas. Es una invitación a mirar más allá, un pretexto para mostrar a través de indicios otras caras de un objeto a través de la cerámica y el cambio de significado; se trata de un objeto que representa el pasado en la búsqueda de un lugar en el presente”.