Por antigua que sea, la idea continúa vigente: “la filosofía comienza con el asombro”, frase que aparece al inicio de la Metafísica de Aristóteles y que refiere al hecho de que sin asombro no hay conclusión posible sobre los fenómenos que se nos presentan. El arte también empieza con el asombro pero, si no fuera así, bastaría con reconocer que todo artista (de verdad, valga decir), es además un filósofo.
El asombro es una sensación, un estado o sentimiento que afecta a Gloria Carrasco y que se decanta cuando, como aguda observadora de la naturaleza, aprecia en ella las características geomorfológicas, los efectos de los fenómenos meteorológicos y los cambios que en ese contexto produce el hombre.
Observación, asombro, reflexión, reinvención de la experiencia vivida, relaciones de causa a efecto, elaboración conceptual y creación formal le permiten a esta autora construir la intersubjetividad que involucra a esa naturaleza, a ella misma, a la obra y al espectador, a través de una lograda semiosis, es decir de un proceso que se desarrolla en la mente del intérprete y que finaliza en una eficaz constitución de signos, en este caso referidos a otra forma de hacer paisaje ─desde, en y con la cerámica─, signos que evocan la fuerza expresiva de la naturaleza, sus estructuras, sus mutaciones y, se diría, hasta sus veleidades.
Dos temas, dos conceptos tan remotos y recurrentes, la cerámica y el paisaje, gracias a una suerte de fusión de códigos son puestos por Carrasco en una distinta relación, que renueva los pretextos, el texto y el contexto, favoreciendo así, también, la confección de un diferente subtexto, esto es, ese conjunto de matices que no responden a la literalidad, que no se anuncian de manera expresa, que no se ven a la primera pero que están implícitos en la obra y son comprensibles o discernibles para el espectador competente.
A todo ello hay que sumar la factura, el oficio impecable, el pudor con que se presenta esta obra, este proyecto, que sin duda merecerá en esta ciudad una atenta participación de la mirada, el tacto y, otra vez, el asombro.